sábado, 16 de mayo de 2015

domingo, 3 de mayo de 2015

Crítica a la clase de filosofía.

Normalmente existen dos tipos de clases: esas clases eternas, aburridas, pesadas; esas en las cuales en todo momento andas mirando el reloj y, aunque sabes que solo ha pasado un minuto, rezas por que hayan pasado diez.
Y luego están "las clases". Son aquellas en las cuales ya sea el contenido de la asignatura o el profesor, hacen que te gusten, te atraen, y, aunque resulte raro decir esto de una asignatura: te gustan. Son esas clases en las que aprendes de verdad.
(Con esto no quiero decir que el resto de clases no aprendas nada, todo lo contrario; pero todos sabemos que hay formas y formas).
Y dentro de mi apartado de "las clases", se encuentra la de filosofía. Claramente, una clase puede resultar muy pesada o muy amena, y personalmente, opino que esto depende del profesor. Yo, en todo momento, he tenido claro que filosofía, de no haber sido por el profesor, hubiese sido una asignatura demasiado pesada por el contenido de ésta.
En cambio, vuelvo a recalcar que, gracias a mi profesor, ha sido todo lo contrario. Me resulta una clase divertida, amena e interesante. Y puedo dejar claro, que de una forma u otra, cada día aprendo algo en ella.
En mi opinión, me parece muy importante que la clase resulte atractiva e interesante; que haga que el alumno se interese por ella, que se involucre; y eso, en el 99% por no decir el 100% de los alumnos de mi clase de filosofía 
(entre los que me incluyo), según mi impresión, ha ocurrido desde el primer día. Quizás por el carácter del profesor, su forma de ser, etc. Quizás por la forma de dar clase, el involucrarnos y el estar a la vez pendiente de todos nosotros, o quizás por una mezcla de ambas cosas.
El caso es que, mi crítica respecto a la clase de filosofía, no puede dejar de ser claramente positiva.